Tekios conversó con Jimmy García sobre sus motivaciones para crear una escuela de robótica en el Chocó, un departamento de Colombia lleno de carencias, y sobre cómo ha evolucionado la institución educativa que fundó, por donde han pasado más de 1.300 alumnos y emprendedores que quieren cambiar la narrativa de su región.
¿Una escuela de robótica en el departamento de Chocó, donde solo el 13% de la población tiene acceso a internet? Una locura. Sin embargo, el «profe Jimmy», como le dicen sus estudiantes, logró concretar este proyecto cercano a lo imposible.
Jimmy García nació y creció en Quibdó, capital del Chocó, uno de los departamentos más pobres de Colombia. No solo eso: azotado por la guerra, el desplazamiento, el olvido estatal y un sistema educativo en crisis. Pero, no menor, una de las regiones más biodiversas del mundo, con grandes reservas de minerales y un capital humano que se caracteriza por su resiliencia y tenacidad. Características que llevaron a García a estudiar ingeniería de sistemas en Bogotá y después en Medellín. Es en la capital del departamento de Antioquia, hace 11 años, donde siente por primera vez la necesidad de enseñar y donde descubre el poder transformador de la robótica.
García daba clases de tecnología e informática en el colegio José María Veláz, en la comuna nororiental, una zona de población vulnerable llena de conflictos sociales, cuando le llegó de regalo un kit de robótica que había sido donado por la institución Fe y Alegría. Esas piezas de metal le cambiaron la vida.
«Me lo dieron para que lo probara. Me lo llevé a mi casa el fin de semana para cacharrearle; le di, le di, le di, hasta que encontré cómo armarlo. Apenas chapaleaba las instrucciones en inglés; me sentía como un niño en una juguetería. Y el lunes llegué al colegio ojeroso, agotado, pero emocionado», rememora el fundador. «Pocos días después formé un club de robótica con 10 niños. No tenía ni idea para dónde iba eso, pero sabía que les iba a gustar y que era una herramienta para poder enseñar muchas cosas más. Años después eso detonó en lo que hoy estamos haciendo».
Desde ese momento, fue a través de las historias épicas de sus estudiantes que la Escuela Robótica del Chocó comenzó a ser visibilizada, además por su buen cometido en las competencias de robótica en las que participaron en diferentes partes del mundo, y porque comenzaron a surgir instituciones interesadas en ayudarlos a crecer, aún cuando el Estado colombiano era un gigante indiferente. USaid, Fundación Ford, Manos Visibles, Oracle, son solo algunas de las organizaciones que creyeron en este proyecto.
La escuela de robótica es hoy también el Centro de Innovación del Pacífico, una institución que sirve como paraguas para Innovations Girls, una derivada de la escuela que se enfoca en unir a las mujeres y la tecnología; y Río Startups, una incubadora de emprendimientos para la región pacífico.
Jimmy García habló con Tekios desde Quibdó, la capital del Chocó, cuando las eternas lluvias (es el lugar con mayor pluviosidad del mundo) finalmente nos permitieron conectarnos en una llamada por Zoom.

–Después de muchos premios con los chicos de las comunas de Medellín, decides regresar a Quibdó. ¿Por qué?
-En 2015 se me gradúan los niños. Todos los del club, los cinco que llegaron hasta el final, eran de la misma generación y todos consiguieron una beca para continuar sus estudios. Era un momento feliz y triste al mismo tiempo. Me quedé sin motivos, sin razones. Sabía que el momento llegaría, pero no sabía cómo iba a ser.
Todavía tengo contacto con ellos. Uno está terminando ingeniería mecánica y tiene una empresa de paneles solares. Es un emprendedor bien teso (bueno, grande). Otros dos se dedicaron al arbitraje profesional. Otra está terminando comunicación y el último se dedica a sus negocios. Cinco chicos que rompieron los estereotipos del barrio. No tuvieron que quedarse lavando busetas o conduciendo o vendiendo ropa en El Hueco, que era lo tradicional del barrio.
Pero, entonces, algo me rondaba la cabeza: en todos los eventos en los que participábamos yo era el único negro y me preguntaba, ¿por qué? Llegué a la respuesta de que alguien tenía que cambiar esa situación y probablemente ese era yo. Hablé con mi familia y les dije: ‘yo, acá en Medellín, ya no tengo el mismo feeling, me quedé sin energías, pero en Quibdó pueden pasar cosas interesantes’. Mi esposa me copió y renunciamos a todo, a una vida tranquila, a unos empleos de bien. Nos fuimos en diciembre de 2015.
–¿Cómo te recibe Chocó después de tantos años?
-Creí que iba a suceder lo mismo que en Medellín, donde los colegios estaban tratando de masificar la educación en tecnología. Yo dije: ‘voy a llegar con una idea superinnovadora y se me van a arrodillar’. Pero fue todo lo contario. Fui a las dos secretarías de educación (Chocó y Quibdó) y en las dos me dijeron lo mismo: no hay dinero. Entonces, llegaron mis preguntas: ‘¿será que la embarré?, ¿será que me apresuré?, ¿que no debí haber renunciado y pedirle a mi esposa que también renunciara?’.
–Entonces, ¿cómo empieza la escuela?
-Mi mamá era educadora y tenía un centro de caligrafía y ortografía. En 2016, le dije que me prestara cinco estudiantes para hacer una prueba. Yo ya había conseguido un kit de robótica que me habían dado como pago de unas imágenes aéreas. Dos horas fueron suficientes para ver que por ahí era el cambio. Es en ese momento cuando realmente empieza la escuela de robótica. Y esos niños les dijeron a otros, y entonces ya eran 7, 9, 10…
-¿Y cómo te financiabas?
-Recursos propios. Me tocaba hacer otros trabajos. Sobre todo, imágenes aéreas con drones. Solo hasta 2017 dije, ‘pase lo que pase, me voy de lleno con esto’, y renuncié a otro emprendimiento que tenía.
–¿Y cómo pasas de financiarte con recursos propios a crear una institución como la que es ahora?
-Antes de pensar en financiación necesitaba estructurar mejor la idea. Si bien tenía a los niños, tenía el espacio, no había una estructura sólida que nos llevara a donde estamos hoy. Pero me llegó la oportunidad de ser parte de un programa que se llama Escuela de Innovación Comunitaria, de la Corporación Manos Visibles, en alianza con el MIT Colab (Community Innovators Lab). Ahí trajeron profesores muy tesos del MIT, traductores en simultáneo, y ahí mi mente empezó a decir: ‘esto no va a ser un cursito de robótica para mantener entretenidos a los niños’. Entendí que lo que se estaba gestando era una herramienta mucho más poderosa. La escuela nació para incidir no solo en Quibdó, sino en todo el Pacífico. De ahí salimos con la idea de formalizarnos como una organización sin ánimo de lucro. Solo en 2017 empezamos a recibir apoyos. La misma Manos Visibles vio el potencial y apoyaron la iniciativa; también llegó USaid y recibimos unos computadores de HP.
-¿Y el Estado?
-El Estado nos ha respaldado solamente en situaciones en que nos hemos beneficiado mutuamente. Ellos han necesitado mostrar el talento de nuestros estudiantes; nosotros que ellos nos ayuden a generar visibilidad. Pero económicamente, nada.

MÁS QUE UNA ESCUELA DE ROBÓTICA
–¿Cómo nace el Centro de Innovación del Pacífico?
-Es que la escuela de robótica es mucho más que una escuela. Corporación Centro de Innovación del Pacífico es la figura jurídica con la que constituimos formalmente la organización, porque sabemos el potencial que tiene. El nombre Escuela de Robótica del Chocó no iba a ser suficiente para darle esa visión macro. Estábamos buscando, entonces, un nombre que nos permitiera soñar siempre, como Ruta N en Medellín, que es nuestro referente.
-Así empiezan a crecer en el Pacífico, a partir de esas alianzas.
-Sumamos más niños. Empezamos a ir a las instituciones públicas para trabajar con la población, a los barrios, a visitar otros municipios del Chocó.
En 2019, formalizamos alianzas estratégicas con la Fundación Plan para tener estudiantes en Buenaventura y Tumaco. Con el Fondo Acción hicimos una alianza para formar estudiantes en Quibdó, también con la OIM, y así nos fuimos expandiendo en los territorios. En 2021, llegamos a Timbiquí.
Cuando nos dicen ‘queremos hacer un taller’, bueno, listos, ahí estamos.
–¿Cómo surge el programa Innovation Girls? y ¿como llegó Helena Valencia a la dirección de este? (Helena Valencia fue seleccionada recientemente por la Fundación Ford como uno de las 72 líderes emergentes del program Global Fellowship que promueven la justicia social en todo el mundo)
-Como sabes, hay una baja participación de las mujeres en tecnología; ahora imagínate cómo es en el Chocó. Un ejemplo: a la escuela llegó una niña becada que se llama Kelly, y los niños, inmediatamente, buscaron aislarla, pero ella fue abriendo camino con decisión y coraje. Por mucho tiempo fue la única niña en la escuela.
Y un día llega Helena como voluntaria, una abogada, sin ningún conocimiento de robótica, pero con muchas ganas de estar aquí. Y le dije: ‘¿Qué hacemos?, no hay niñas acá’. Kelly nos había demostrado que se podía, y hablando con Helena nace el espacio solo para mujeres. Hicimos dos versiones hasta que la corporación Manos Visibles decide apoyar la iniciativa como partner. Así invitamos a las mujeres a acercarse a la ciencia y la tecnología, y buscamos que su liderazgo tenga una incidencia en el entorno.
A raíz del Covid le dimos un viraje y lo convertimos en un laboratorio de emprendedoras. Sabíamos que había mujeres con grandes ideas de negocios que necesitaban un componente muy fuerte de emprendimiento. Invitamos a aliados muy importantes como Ruta N, Innpulsa, Universidad de los Andes, Rockstart y Oracle.
Sabíamos que teníamos que hacer algo por estas mujeres o sus negocios se iban a quebrar. De ahí salieron 5 emprendimientos muy importantes que lograron levantar capital semilla. En la siguiente versión hicimos un demo day en el que invitamos a varias organizaciones, con muy buenos resultados.
–¿De ahí también nace la incubadora Río Startups?
-La mayoría de las comunidades del Pacífico están a orillas de un río, como el Atrato. Simboliza la fluidez, la conexión con los territorios, es una fuente de recursos para las comunidades, de creación.
Y Río Startups nace del afán de conectar la escuela con la generación de valor económico. Los niños generaban soluciones muy interesantes, prototipos válidos y valiosos para las problemáticas del entorno, pero se quedaban en el laboratorio. Pensando en cómo dar ese salto, después de un boom en el desarrollo de software, nace Río Software, que es un bootcamp con aliados estratégicos, en los que formamos a jóvenes entre 16 y 30 años, y los conectamos con compañías como Oracle y Mercado Libre. Y a partir de una beca de maestría que estoy haciendo en la universidad ICESI estamos haciendo Río Startups, que es una incubadora de emprendimientos para empresas del Pacífico en edad temprana. Estamos dando los primeros pasos con Río Startups; tenemos emprendimientos en el Chocó, en Cali y en el Amazonas.
-¿En qué sueñas que se convierte la escuela de robótica?
-Sueño en ser algo parecido a Ruta N, en Medellín. Queremos tener un espacio físico que permita juntar la innovación, el emprendimiento, los negocios, la ciencia y la tecnología, y que eso empiece a cambiar las dinámicas locales y regionales; que esto transforme la calidad de vida para la región. Si hoy lo estamos haciendo para los niños y para las familias, creo que no es suficiente para lograr cambios estructurales. Sueño con que sea la ciencia y la tecnología el detonante para que tomemos un rumbo distinto en el departamento del Chocó. Ese es el anhelo.
–¿No está pasando ya?
-A veces no lo dimensiono, sino hasta cuando me lo dicen. En Quibdó ya hay muchas instituciones que están incluyendo la robótica en sus currículos. Eso es revelador. Los niños empezaron a pedirlo. Se ven reflejados en Kelly, en Helena, en Cleyder (otro estudiante que con 14 años viajó a una competencia de robótica en China, gracias a la escuela de robótica). La robótica ha ayudado a que los niños vuelvan a soñar, sobre todo las niñas. Ha sido un proceso de incidencia lento, pero con buenos resultados.

ROBÓTICA, UN VEHÍCULO EDUCATIVO
–En alguna entrevista que te hicieron leí que para ti la tecnología es un medio para difundir otros conocimientos. ¿Cómo es eso?
-El gancho es la robótica. Eso los seduce y cuando ya están en el aula estamos trabajando un montón de cosas diferentes: comunicación asertiva, valores, respeto, solidaridad, trabajo en equipo, liderazgo o habilidades blandas, que serán necesarias para la vida de estos futuros profesionales. Es una invitación a pensar diferente y a proponer: ¿qué puedo hacer para que las cosas cambien?
–¿Todavía te sientes profesor?
-Todo el mundo me llama profe y yo creí que había dejado de ser profe cuando renuncié a la Secretaría de Educación de Medellín, pero sigo siendo el profe para ellos. He tomado más un rol directivo, naturalmente, porque es una organización que tiene que pensarse como organización. Sin embargo, cada vez que puedo me siento con ellos y comparto conocimientos. Juego y me divierto. A veces extraño enseñar. Me gusta cuestionarlos, que se cuestionen. Cómo pensarse mejor y pensar en una mejor región.
–¿Cuál ha sido la mayor satisfacción que te ha traído este camino que decidiste tomar?
-Cuando estos chicos se me graduaron la curva de felicidad bajó. Duré semanas aburrido, triste. Ahora soy feliz nuevamente viendo el cambio que se genera. Las historias del departamento han ido cambiando; también ha cambiado cómo nos observan, el hecho de que ya no estén pensando en entrevistar al político corrupto. Que busquen entrevistar a un niño que fue a la NASA, que fue a China. Esas nuevas narrativas del Chocó me producen mucha satisfacción. También que hay muchachos que volvieron a creer gracias a la Escuela.
–¿Qué necesita la escuela para seguir adelante?
-Necesitamos que la gente siga creyendo en nosotros. La credibilidad y la confianza es lo que nos ha permitido llegar hasta acá. Con el Estado colombiano nunca hemos contado; ellos siempre se han vanagloriado con los resultados, pero nunca han preguntado qué necesitamos. Pero afuera hay personas e instituciones que confían y creen en lo que hacemos…
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